Travesía a la esencia de mi alma

Yo tenía menos de 10 años cuando mi hermano mayor me explicaba el concepto de ser mochilero. Mi cerebro en desarrollo sólo podía evocar a un hombre blanco, delgado, de ojos claros y cabello rubio por los hombros, con un jersey blanco, una bermuda beige y lo más importante que era su mochila (porque sólo podía verlo de espalda) verde militar, de muchos bolsillos y repleta de comida. Más allá de algo parecido a un vagabundo, no lograba hacerme otra idea de la vida de este tipo personas, lo que sí sabía es que no eran lo mismo porque los vagabundos siempre eran las mismas personas, en el mismo lugar, pidiendo dinero y los mochileros eran cada vez jóvenes diferentes, en cualquier rincón de la ciudad, haciendo cualquier trabajo por poco dinero -o esos eran mis pequeños pensamientos- y exactamente esa era mi curiosidad: ¿Entonces cuál es la diferencia? Me cuestionaba a mí y a mi hermano.

Era muy clara la diferencia, pero yo necesitaba una explicación, mi hermano me dijo que los mochileros eran personas que viajaban por el mundo sin dinero ni un plan de a dónde ir, sólo llevan una mochila y sus sueños; así es como lo recuerdo porque esto realmente me marcó. A como lo entendí, para aquel entonces claro que lo consideré una locura, pero nunca creí que estuviera mal -quizá es necesario enloquecer un poco para perder el miedo a cumplir nuestros sueños- sino, más bien, me obsesioné con el concepto de aventura, viajes y sueños. Ya mi amor por la naturaleza se había sembrado en cada visita al campo del abuelo que implicaba ordeñar vacas, arrear ganado y hacer queso o en aquellos viajes a la playa con papá, pero sin duda esa simple explicación dibujo las líneas de un sueño que todavía quiero cumplir. 

Me di cuenta hasta después de los 20, que eso fue apenas el génesis de uno de mis ideales y es que yo, como cualquier otro ser humano, estaba descubriendo la necesidad del movimiento. Ya escribía el autor chino Mo Yan:

"Para un árbol, cambiar de sitio es la muerte; para un hombre, cambiar de sitio es la vida" (Cambios, 2013)

Y es que el movimiento, desde el principio de las civilizaciones, ha sido primordial para la evolución del mundo. El desplazamiento geográfico es el mayor pilar del conocimiento universal, el ser humano (siempre en busca de una mejor vida) se ha topado en un primer momento con el mundo que le rodea y en segundo lugar con partes de sí mismo. Esto último es el motor de los descubrimientos más contemporáneos, me atrevería a decir que también de los avances tecnológicos que han desarrollado nuestra generación. Conocer el pasado es quizá la mejor de manera de entender el presente y así mismo avanzar al futuro.

Ese es el principio del estudio historiográfico, conocernos a nosotros mismos, cuestionar nuestra propia naturaleza en relación a la realidad, de alguna manera nos ayuda a comprender el mundo que nos rodea. Dentro de esta comprensión de nuestra propia naturaleza y realidad, la identidad viene siendo una herramienta para construir el panorama de la tierra que pisamos. La identidad es la relación de cada uno consigo mismo, fundada en parte de nuestras raíces; a veces sólo necesitamos detenernos, ver dónde estamos y mirar a donde queremos ir.

Ese bagaje cultural que nos vislumbra nuevos caminos, es aquello a lo que volvemos a buscarnos a nosotros mismos cuando desconocemos hacia dónde seguir, escudriñamos, cada vez más cerca del centro, algo que nos recuerde quiénes somos y, de esa manera, a dónde vamos; esto puede servir como una ilustración del objetivo de la historiografía social. Aún es válido cuestionarnos qué tanto de ello nos pertenece: pues todo y nada.

Hace dos años el cantante español Antonio Orozco aconsejaba a otro cantante en formación:

“Pobre de aquel que se crea que está en algún sitio, porque seguro está en ninguna parte”

Entonces Orozco se refería a un cambio geográfico, entiendo que la esencia de la frase se encuentra en que, si bien es necesario saber de dónde venimos para entender dónde estamos, también es preciso desatarnos de ello para avanzar, llevándolo en el corazón; que es importante saber de dónde venimos, sin necesariamente limitarnos a ello, será por eso que dicen: 《Ni el amor es una jaula, ni la ni la libertad es estar solo. El amor es la libertad de volar acompañado, es dejar ser sin poseer》 y quizá de eso trata. Hace dos años también, yo atravesaba una de estas etapas de deconstrucción cuando alguien me decía: Dónde Dios te siembre ahí florecerás y esa frase, además de crear un vínculo que aún hoy trasciende las fronteras de la distancia, básicamente representó ese destino y ese fatídico año que al final pareció multiplicarse.

Yo me hallaba a más de 1000km de todo lo que conocía como hogar, aunque tampoco fuera el mío más allá de mi sentido de pertenencia, completamente perdida dentro de mí misma y de repente, casi por accidente, encontrándome en lo más profundo de mis raíces paternas. Hoy sé que ese año -que parecieron cinco- me ayudó a crecer desde donde me encontré a mi misma, desde la raíz y aunque volví a esta casa de donde tampoco soy, cada vez que me preguntan de dónde soy, respondo: “De todos lados” en vez de “De ninguna parte”.

Me gusta pensar que soy nómada, que esas circunstancias de la vida que me hicieron parte de tantas tierras ajenas entre sí, son intencionales. Desde que tengo memoria he tenido curiosidad por otras latitudes, siempre he apreciado los colores de la naturaleza y disfrutado del paisaje, ya sea una carretera o el cielo con sus nubes, siempre quiero ir del lado de la ventana; será por eso que desde los 16 me declaro una soñadora empedernida. Si bien tengo un gran sentido de pertenencia por mi país, desde muy pequeña tuve el sentimiento de no pertenecer, me tocó adaptarme, re culturizarme y nunca pensé que estuviera mal, en mi concepción de adaptación cultural se trata de abrir un poco la mente para adoptar desde nuevas palabras o una jerga completa, hasta apropiarte de costumbres que en aquella tierra que también es tuya, pueden resultar casi inaceptables. 

Es entonces cuando vuelvo a esa pequeña que se creía de manicomio por desear con tanta fuerza ir conociendo el mundo sólo con una mochila, la misma que aún hoy casi 20 años después, se recuesta al lado del río a contemplar al cielo, aunque queme el sol, que ama el silencio porque se pueden escuchar los trinos de un pájaro del que desconoce procedencia y que aprecia las noches oscuras para admirar las estrellas. Todo esto trasciende a una incesante lucha por seguir caminando, pero esta vez rompiendo las fronteras y es la ilustración más personal de lo que significa evolucionar. 

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